Reseña del Libro El legado de Mandela 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor. Autor: Richard Stengel. Colombia: Editorial Planeta Colombiana S. A., 2010, 222 pp.

Omar Huertas Díaz

Copyright: Esta revista provee acceso libre inmediato a su contenido bajo el principio de que hacer disponible gratuitamente investigación al publico apoya a un mayor intercambio de conocimiento global. Esto significa que se permite la copia y distribución de sus contenidos científicos por cualquier medio siempre que mantenga el reconocimiento de sus autores, no haga uso comercial de las obras y no se realicen modificaciones de ellas.


El trabajo realizado por Richard Stengel en la autobiografía de Nelson Mandela –"El largo camino hacia la libertad"–, le permitió compartir diversas experiencias con uno de los íconos de la paz, el valor, la rectitud y el sacrificio, más admirados y recordados en el mundo por la lucha que emprendió contra el apartheid en Sudáfrica. Acompañándolo en sus viajes, escuchando sus discursos políticos, viéndolo reunido con su familia, el autor logró conocer de cerca a este extraordinario ser humano, aprendizaje que decidió plasmar en la obra mediante la exposición de 15 lecciones primordiales para la vida.
Ciertamente, Stengel inicia el libro haciendo una descripción de Mandela –"Un hombre complejo"– y narrando los detalles de su primer encuentro, lo cual relaciona con una pequeña reflexión sobre el dominio de sí mismo o, sobre el "ser capaz de contener los sentimientos y las preocupaciones que te impiden ver el mundo como es", pues destaca que el líder político sensible y emotivo de la juventud se hizo más fuerte durante los veintisiete años que permaneció en la cárcel:
Nunca trató con prepotencia a aquellos que no podían soportarlo. Nunca culpó a nadie por sucumbir.
Rendirse es humano. Con los años, adquirió conciencia de la fragilidad humana y desarrolló una profunda compasión por ella. De alguna manera, luchaba por el derecho de todo ser humano a no ser tratado como lo había sido él. Nunca perdió esa ternura o sensibilidad de juventud; simplemente, desarrolló una coraza más dura e invulnerable para protegerla.
Luego, en el primer capítulo denominado "El coraje no es la ausencia de miedo", el autor da a conocer lo que para Nelson Mandela significa el coraje, en los siguientes términos, "es algo que se elige. No se nace valiente, aseguraría él; todo radica en cómo se reacciona ante las diferentes situaciones", más concretamente, Stengel indica que para Mandela el coraje es "fingir que se es valiente […] es no dejar que el miedo te pueda", pues cuando se aparenta ser, se logra ser. Además, una persona valiente "permanece firme en circunstancias difíciles":
Él siempre me ha dicho que su esposa Winnie fue mucho más valiente que él, a pesar de que él pasó mucho más  tiempo en la cárcel que ella. Mientras que a él se le aisló de los problemas cotidianos, me explicó, ella tuvo que lidiar con todas las dificultades diarias de la vida bajo el apartheid y criar a dos hijas.
Después, en el capítulo dos –"Sé mesurado"– el autor relata episodios sintomáticos vividos por el líder político, para destacar que "en situaciones problemáticas, Mandela mantiene la calma y espera que los demás hagan otro tanto". Y es precisamente esa la actitud que le permitió tener el control en medio del caos, por ejemplo, cuando murió Chris Hani, "jefe del ala militar del CNA". También, Stengel exalta la calma con que Mandela actuaba, "se daba tiempo antes de tomar decisiones […] su ejemplo […] demuestra el valor de formarse una idea lo más completa posible antes de lanzarse a la acción".
Posteriormente, el autor desarrolla el tercer capítulo titulado "Liderar desde el frente", trayendo a colación el momento en que Mandela decidió iniciar las negociaciones con el gobierno estando en la cárcel, para darle otro rumbo a la lucha que el CNA había emprendido setenta y tres años atrás contra el régimen segregacionista, pues la posibilidad de derrocar al gobierno por la lucha armada era muy lejana. La teoría de este dirigente "es que los líderes no solo deben liderar, es necesario que se les vea liderar; eso forma parte de las responsabilidades del puesto". Pero estar al frente significaba "no aceptar ningún trato preferente y realizar las mismas tareas que los demás", "tomar la iniciativa", "no dejar que sus compañeros se queden rezagados", "algunas veces tomar medidas de manera independiente" y "ser responsable".
Más adelante, en el capítulo cuatro –"Liderar desde atrás"–, Stengel señala que Mandela "era consciente de que no podría estar siempre en primera línea, y de que su gran objetivo podría extinguirse a menos que delegara en otros el liderazgo". Por eso, este adalid "creía sinceramente en las virtudes del equipo, y sabía que para que su gente diera lo mejor de sí misma tenía que asegurarse de que participaban de la gloria y, […] de que notaban que influían en sus decisiones". También subraya que "desde su juventud Mandela entendía que el liderazgo colectivo tenía que ver con dos cosas: la importancia de la sabiduría del grupo frente a la individual, y la ventaja del grupo en cualquier resultado conseguido por consenso".
Seguidamente, en el quinto capítulo titulado "Meterse en el papel", el autor hace referencia a la importancia que Mandela le da a la apariencia, no sólo del traje sino también de la imagen, pues "comprendió que las imágenes perduran y su poder para ayudarte o dañarte es indeleble". Así, Stengel indica que este hombre desde su juventud acuñó una sonrisa radiante y bastante expresiva en todas las fotos que desde su juventud le tomaron, la cual transmitía "cordialidad y sabiduría, fuerza y generosidad, entendimiento y compasión". Por lo que, sin duda, se dio cuenta que parte de su fuerza  era su sonrisa:
  Su sonrisa era el símbolo de cómo Mandela se moldeó a sí mismo. En todas las etapas de su vida él decidió quién quería ser y creó la apariencia –y luego la realidad– de esa persona. Se convirtió en quien quería ser.
Ahora bien, en el capítulo seis –"Ten un principio esencial. Todo lo demás son estrategias"– el autor manifiesta que para Mandela el principio esencial que abanderó su proyecto y trabajo político fue: "Igualdad de derechos para todos, sin distinción de raza, clase o sexo". No obstante, Stengel advierte "cuando las circunstancias cambian, tienes que cambiar la estrategia y la mentalidad. Eso no es indecisión, es pragmatismo".
Después, en el séptimo capítulo nominado "Piensa bien de los demás", el autor menciona que Mandela siempre "considera que casi todo el mundo es bueno mientras no se demuestre lo contrario", porque él no sólo veía eso, sino también se detenía para observar lo constructivo, lo positivo. Por ello, el ícono de la paz "elige pasar por alto lo negativo. Y lo hace por dos razones: porque instintivamente piensa bien de la gente y porque intelectualmente cree que pensar bien de los demás puede hacerles mejores", concluyendo que para Mandela "es bueno asumir, actuar sobre la base de que los otros son personas íntegras y honorables, porque uno tiende a atraer la integridad y honorabilidad si así considera a aquellos con los que trabaja".
A continuación, en el capítulo ocho –"Conoce a tu enemigo"– Stengel explica que Mandela se dio cuenta que debía aplicar las instrucciones dadas por su entrenador de boxeo en el ruedo político. "Para derrotar a un adversario político, tendría que entenderle y descubrir sus puntos flacos. Mandela era el débil y tendría que utilizar también contra su competidor la propia fuerza de éste". Entonces, tras ganarse el corazón del enemigo, se debe demostrar mucha comprensión, afirmaba Mandela, sin humillar al otro y permitiendo que "salven la cara", pues sólo así "tu enemigo se convertirá en tu amigo".
Luego, en el noveno capítulo intitulado "Ten cerca a tus rivales" el autor indica que Mandela nunca perdía a los rivales que se mostraban amistosos, pues para él es mejor "esperar lo esperable, [pues] a menudo no nos preparamos para esas cosas que sabemos" probablemente van a suceder. Además, el dirigente estimaba que la lealtad "en la política y en la vida normalmente era circunstancial. […] era en gran parte una cuestión de interés propio, y él quería que sus rivales pensaran que ser leal redundaba en su propio interés…, o dejarles menos margen para la deslealtad". En síntesis, "Mandela era consciente de que no había un método infalible para prevenir los ataques de los rivales. Pero creía que si acogía a un rival bajo su protección, al menos haría que se lo pensara dos veces. Y así, por lo menos, estaría lo bastante cerca para verlo venir".
Posteriormente, Stengel desarrolla el capítulo diez sobre "Saber cuándo decir que no", relacionando las oportunidades en que Mandela ha dicho NO en su vida política, y concluyendo que:
 A lo largo de su vida, Mandela tuvo que tomar decisiones sobre cuándo actuar y cuándo no, cuándo seguir adelante y cuándo salir de una situación. […] Algunas decisiones pueden beneficiarse con el aplazamiento; si decides que así es, estupendo no te preocupes. Pero si pospones o evitas decir no porque te resulta desagradable, es mejor que lo hagas inmediata y claramente.
Más adelante, en el capítulo once –"Es un juego largo"–, el autor señala que "de joven, Mandela era impaciente: quería el cambio para ayer. La cárcel le enseñó a ir más despacio, y reforzó su sentido de que la prisa conduce al error y a los juicios equivocados". También, destaca que el pensamiento de este hombre es de largo plazo,  es decir, de visión panorámica, pues pensaba, entre otras cosas, que "un apresurado error a corto plazo podía tener consecuencias a largo plazo". Asimismo, consideraba que los líderes eran evaluados al final, por lo realizado durante toda su vida, momento en el que se lograría responder satisfactoriamente la pregunta de si se es feliz.
En seguida, Stengel cuenta pequeños detalles de la vida sentimental de Mandela en el capítulo doce denominado "El amor es decisivo", relatando este aspecto
de la historia desde que escapó de su tribu hacia Johannesburgo, hasta cuando "a los ochenta años, encontró el amor y la felicidad con Graça Machel". Después, en el capítulo trece el autor señala que "Renunciar también es liderar", destacando este acto como el más importante de los realizados por Mandela. Ulteriormente, en el capítulo catorce –"Siempre son ambas cosas"–, Stengel menciona que "es inmenso. Contiene multitudes. Y se contradice a menudo. Él considera que la coherencia por sí misma es una falsa virtud, y que la falta de coherencia no se convierte automáticamente en un defecto".
Para terminar, el autor introduce en el capítulo quince –"Busca tu propio huerto"–, la idea de que todos los seres humanos "necesitamos algo alejado del mundo que nos proporcione placer y satisfacción, un lugar aparte", en el cual podamos renovar nuestras fuerzas y respirar en medio del caos o la confusión. Y finalmente, en el capítulo diez y seis, Stengel cierra esta obra, dando a conocer el obsequio que Mandela no sólo le dio a él sino a todas las personas del mundo:
En cierta manera, al trabajar con Mandela en su autobiografía, tuve que interiorizarle, a él y sus ideas. Muchas veces tenía que preguntarme a mí mismo: «¿Qué haría Nelson Mandela?». Era un intenso ejercicio. Siempre me hizo, al menos en aquellos momentos, mejor persona: más clamado, más racional, más generoso. Me gustaría poder decir que esos cambios se quedaron conmigo; muchas veces se escabullen. Pero el ejemplo de Mandela permanece en mí, como confío que ocurra contigo. Por muy lejanas que estén sus circunstancias vitales de las nuestras, su ejemplo nos da algo a lo que agarrarnos, un conjunto de principios y valores que pueden servirnos de guía en momentos difíciles.